Resulta difícil, casi impracticable, la entrada a la obra del poeta canario Luis Feria si se ha dejado definitivamente atrás al niño que fuimos. Y no sólo por la pérdida de la capacidad de juego, o por la despreocupación de la mirada, que se posa sin objetivos ni flechas, gratuitamente. Pareciera como si la normalización que nos permite existir en la edad adulta pagando alquileres, cumpliendo plazos, encontrando las calles precisas, las fórmulas de la convención para aplacar los goznes de lo social, los nombres exactos para el etiquetado, nos robara en cambio una cualidad sutil y única, que queda sumergida casi siempre para emerger sólo de vez en cuando, en algún sueño, o en momentos perdidos entre actividades que nos separan momentáneamente de la prisa del día, y nos recuerdan algo.
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