Según Aristóteles y Galeno, la respiración tenía esencialmente la función de enfriar la sangre. A mediados del siglo XVI, Miguel Servet sugirió en su obra Christianismi restitutio... Que el aire inspirado podía tener otras funciones amén de la de enfriar la sangre. Más tarde Joseph Black opinaba que la respiración constituía una combustión. A la luz de los avances de la química, iniciada en el Siglo XVII, el inglés Adair Crawford y el francés Antoine-Laurent Lavoisier elaboraron, en la segunda mitad del Siglo XVIII, las primeras teorías generales y cuantitativas del origen del calor animal. Ambos estaban convencidos de que el "principio inflamable", i.e. Lo que se llamaría oxígeno, no se formaba en el territorio pulmonar, sino que podía ser absorbido por la sangre. El oxígeno, preanunciado por Mayow hacia fines del Siglo XVII, fue descubierto por Joseph Priestley en 1774. Lavoisier dio a este gas el nombre de oxígeno y estableció de manera firme que el fenómeno de la respiración consiste esencialmente en un proceso de combustión. El matemático Joseph-Louis Lagrange, originario de Turín, sugirió a su vez que el calor se origina en todos los tejidos que respiran. Tales fenómenos fueron comprobados y descritos acuciosamente por el biólogo Lazzaro Spallanzani, catedrático en la Universidad de Pavía. La difusión, en el mundo de la ciencia, de la nueva nomenclatura química y de la teoría de la respiración, íntimamente relacionada con ella, se apoyó sobre todo en las obras "Méthode de nomenclature chimique... " (1787) y "Traité élémentaire de chimie... " (1789). Durante el Siglo XIX se continuaron los estudios acerca del fenómeno de la respiración animal y se lograron descubrimientos fundamentales, como el de la conversión de la hemoglobina en oxihemoglobina al fijar oxígeno. Actualmente pueden estudiarse los mecanismos reguladores del metabolismo energético del miocardio in vivo, lo que permite intervenciones decisivas en ciertas cardiopatías, p. Ej. En la cardiopatía isquémica aguda.
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