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Resumen de Donato Alarcón, in memoriam

David Kershenobich Stalnikowitz

  • Una semana o días antes de que Donato falleciera, me regaló una sonrisa, Marilú y yo la vimos, me sentí tranquilo. Salí de su casa conmovido, con una sensación muy distinta a la que había tenido otros días. Ya en mi coche reflexionaba sobre esa sonrisa y pensaba que si bien un hombre no puede cambiar los designios de su muerte, los hombres que tienen un espíritu impecable como Donato sí pueden ciertamente detener su muerte por un momento, un momento quizá muy breve, pero lo bastante largo para regocijarse en el recuerdo. Donato me había hecho sentir un alivio profundo, humano, natural, una simple sonrisa, pero con un extraordinario significado, un gesto que fue un regalo para el amigo. Yo no sé lo que él reconoció en mí, como solidario y semejante, pero sé que nos brindamos a lo largo de los años uno al otro una amistad sin restricciones. Mi amistad con Donato nos permitía siempre hablar con franqueza, conocer el alcance de nuestros propios sentimientos, poner a prueba el valor de nuestras opiniones y confiar al cuidado del otro parte de lo que uno es, con el tiempo empezamos a hablar más profundamente sobre asuntos personales, de la vida, de la familia, de los hijos, de nuestra profesión, siempre con discreción. Nuestra amistad involucró a Marilú y a Gloria, nuestras esposas. Para mis hijos el doctor Alarcón Segovia dejó de ser el doctor y se convirtió en Donato, parte de nuestra familia. Todos se vieron afectados por su enfermedad y muerte. Por mi parte guardo un cariño muy especial para las hijas de Donato y de Marilú, y sus familias, para nosotros también ellas son parte de nuestra familia.


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