Frente al proceso de globalización regido por la racionalidad económica y las leyes del mercado, y junto con los movimientos «globalifóbicos», está emergiendo una política del lugar, del espacio y del tiempo movilizada por los nuevos derechos a la identidad cultural de los pueblos, legitimando reglas más plurales y democráticas de convivencia social. La reafirmación de la identidad es también la manifestación de lo real y de lo verdadero frente a la lógica económica que se ha constituido en el más alto grado de racionalidad del ser humano, ignorando a la naturaleza y a la cultura, generando un proceso de degradación socioambiental que afecta las condiciones de sustentabilidad y el sentido de la existencia humana.
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