La presencia de nombres propios de origen griego en las inscripciones latinas de la Península Ibérica es notable. Abarca además un amplio período cronológico que se extiende en el tiempo como demuestra la documentación medieval procedente de iglesias y centros religiosos. El artículo muestra que la adaptación fonética y morfológica de estos nombres en latín se produjo de forma limitada, lo que justifica que la variedad de las formas de estos nombres griegos no conociera una expansión fuera del círculo cerrado de individuos que los llevaron en su momento.
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