Hace apenas cuatro años el tema de la danza era algo remoto, restringido y tan minoritario, que muy pocos le prestaban atención. El panorama ha cambiado tanto en España que es difícil reconocerlo. Algunos medios se comenzaron a interesar por aquel boom que desde fines de los setenta es un hecho real en todo el mundo: la danza revivía de unos años oscuros. Las grandes compañías volvían a realizar giras, se editaban libros, surgían nuevas figuras y nuevas corrientes, se creaban festivales especializados. La prensa, poco a poco, se ha hecho eco sistemáticamente de los acontecimientos internacionales y de lo que sucedía en la propia España en festivales y temporadas regulares. Son los hechos básicos de una lucha que se convierte en corriente. Es sólo el comienzo de una consolidación que, algo tardía, si se hace bien, puede vencer el desfase con la vitalidad, originalidad y sobre todo la calidad. Finalmente quedarán pocos, pero serán parte de esa cultura finisecular, tan importante como exquisita. Ahora la danza española debe girar en torno al experimento en lo moderno, y en lo clásico, hacia su depuración. Sigue faltando una escuela. El más ambicioso de los proyectos que debió ser el primero.
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