El estudioso y coleccionista vienés Roland Teuchtler escribió en cierta ocasión que hay cinco cantantes que constituyen un imaginario parnaso de los tenores: Caruso, Piccaver, Tauber, Melchior y Schipa. Este tipo de clasificaciones, por lo subjetivas, son siempre discutibles, pero poseen innegable valor orientativo. En cualquiera de ellas sería extraño que no figurara el nombre del último, un artista verdaderamente singular que ha pasado a la historia como máximo representante del más exquisito y refinado arte del canto, título conseguido a través del gusto, la inteligencia y la sensibilidad musical más elevados en la utilización de una voz muy imperfecta, corta, no siempre timbrada, pequeña, aunque dotada de misteriosos brillos y de un poder comunicativo extraordinario. Decir Shipa en el mundo de la ópera equivale a decir belleza de fraseo, línea, claridad de dicción, capacidad asombrosa de matización, elegancia, elevación poética, expresividad sutil... No está nada de más que se le dedique un dosier como el contenido en este número de Scherzo con motivo de cumplirse los cien años de su nacimiento y que se trate de estudiar las características esenciales de su arte, milagrosamente vivo hoy. Sus peculiaridades vocales, sus rasgos humanos, sus anécdotas más célebres, sus cimas discográficas son evocados a continuación al tiempo que se dibujan figuras de otros tenores coetáneos, se traza una imagen entre ópera y fascismo -dos corrientes paralelas y complementarias entre las que circuló un cantante como Shipa- y se recaba la opinión de un conocedor tan cualificado como Alfredo Krau, de arte vecino al del italiano en tantos aspectos.
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