Hace ciento cincuenta años que nación Antonín Dvorák. Pocos músicos tan universales como este checo que amó intensamente a su patria, que trató de expresar sus aspiraciones, sus frustraciones históricas, sus mitos y sus leyendas. Un artista cuya fidelidad a sus raíces populares y folklóricas le hizo precisamente más internacional, en una paradoja más frecuente de lo que se pudiera pensar. Dvorák es un músico cuya obra ha entrado a formar parte de las grandes orquestas del mundo entero y algunas de aquéllas-como esa Sinfónía del Nuevo Mundo- son emblemáticas de toda una época e incluso de una manera de entender la realidad. La suprema calidad de la producción dvorákiana, le sitúan como uno de los maestros de una gran corriente musical -el nacionalismo-, que impregnó las principales tendencias culturales europeas de las últimas décadas del pasado siglo y principios del XX.
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