Hace escasos cincuenta años las sociedades latinoamericanas exhibían estructuras mucho más simples. Durante el último medio siglo casi todos los países latinoamericanos han experimentado notables procesos de modernización, que han generado una intensa diferenciación de los tejidos sociales. El sector dedicado a la actividad política ha ganado una relativa autonomía. Una vasta desilusión colectiva parece ser, sin embargo, la consecuencia de estos procesos. La reforma de los poderes del Estado en términos de rediseño administrativo constituye lamentablemente la ocupación central de las modernas élites, junto a nuevas prácticas de corrupción. En algunas naciones la transición de aristocracia tradicional a élite funcional moderna ha significado no sólo un descenso, sino un genuino descalabro histórico.
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