La Iglesia española del siglo xvii destacó, sobre la de otros países católicos de la Europa occidental, por el alto porcentaje de miembros de las órdenes religiosas �especialmente dominicos� nombrados obispos. Su autoridad como predicadores y teólogos, en la tradición postridentina, les hacía candidatos eminentemente aptos para el cargo, pero tenían poca experiencia en asuntos de gobierno �requisito fundamental para un episcopado que trabajaba en estrecha alianza con el Estado. Las presiones, tanto políticas como fiscales, a las cuales fue sujeta esta alianza en tiempos de Felipe IV provocaron una crisis sin precedentes en la provisión de candidatos a obispados en Castilla, lo cual favoreció el ascenso de las órdenes religiosas en la carrera episcopal
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