El autor defiende el arbitraje institucional frente a la alternativa del arbitraje ad hoc, alegando que el primero otorga una mayor fiabilidad a todo este sistema extrajudicial de solución de conflictos. Apoya su postura desde la popular afirmación que considera la figura del árbitro como mejor prescriptor del arbitraje, y añade que esta aseveración se mejora si la unimos al hecho de que el procedimiento se administre en una institución de prestigio, que cuente con la solvencia y los medios de apoyo necesarios.
Incide en la importancia de la designación de árbitros expertos y en la esencial redacción de una correcta cláusula arbitral. Por otro lado, expone debilidades del arbitraje español como la proliferación de cortes españolas, desgranando en una parte final las características más significativas de todo arbitraje.
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