El control de natalidad ofrecido por los contraceptivos modernos, asociados a una mayor presencia de la mujer como ser autónomo, ha dejado claro a la sociedad que tener en cuenta determinadas decisiones relativas a la sexualidad como naturalmente buena o mala, ya no concierne a la moralidad emergente. Ellos han comenzado a reconocer que el comportamiento ético en las prácticas sexuales no deberían ser dictadas por la Ley Natural, sino por el respeto a valores como la dignidad y la libertad de acción de los seres humanos. Además, uno se da cuenta que la posibilidad de desvincular sexualidad y reproducción, así como de deconstruir el modelo naturalista, que exigió la elaboración de nuevas normas morales para orientar las posturas éticas en ambos campos, en otras palabras, tendría que tener no una, sino dos éticas, una dedicada a la sexualidad y otra a la reproducción humana. Nuevas bases morales, no heterónomas como en tiempos antiguos, sino autónomas como Kant sugirió en el siglo XVIII. Aunque, es necesario entender que la ciencia y la religión deben hacer preguntas diferentes que inevitablemente tendrán respuestas distintas. Ambos son premiados con la autenticidad de orientar la vida humana en su transitoriedad. Por lo tanto, en beneficio del ser humano, dicha confrontación es ilógica, siempre que la cooperación sea razonable entre las partes.
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