Los espejos pueden reflejar, mostrar, deformar, ocultar la imagen de aquello que queremos o tememos ver, se convierte en cómplice y enemigo, nos devuelve una imagen que nos dota de corporeidad y de entidad física, pero con el paso de los años parece convertirse en un cruel delator de la decrepitud. El espejo refleja nuestra apariencia, pero es una especie de alteridad, no sólo nos permite acceder a una visión de nuestro ser, nos interroga ante nuestra otredad, nos devuelve una noción de lo que somos, lo que queremos ver y lo que no queremos conocer y es el que nos desvela u oculta el deseo que nos gustaría provocar.
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