Ningún ámbito de la ciencia y la tecnología ha alimentado tanto la imaginación como la robótica. La ambición de crear, a partir de la materia inanimada, un ser con la apariencia y los movimientos de un hombre ya fomentó la ilusión de los antiguos egipcios y griegos. En tiempos más cercanos se hizo famosa la leyenda que atribuye a un rabino de Praga del siglo XVI, Judah Loew, la creación a partir del barro del Golem, una criatura que contribuiría a la defensa de la comunidad judía. Lo cierto es que en los últimos dos o tres decenios, la robótica, más allá de las expectativas desmesuradas o de la fértil imaginación de la literatura y el cine, ha crado máquinas que, con o sin apariencia humanoide, a nuestros antepasados les habrían parecido osados desafíos a Dios.
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