"Recortar las libertades de la gente no ha hecho que nuestras calles sean más seguras", declaraba el pasado mayo Nick Clegg, el viceprimer ministro liberal-demócrata británico. Ya se trate de gitanos o de suburbios, los dirigentes franceses parecen persuadidos de lo contrario. Encadenan anuncios y decisiones espectaculares. Pero, aunque en ocasiones resulte provechoso en el plano electoral, la opción represiva lleva consigo los gérmenes de su propio fracaso.
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