En la segunda mitad de los setenta, la socialdemocracia ha emergido como corriente política de prestigio creciente en América Latina. Sin embargo, la mayoría de las fuerzas de izquierda de la región no logra definir todavía una política común respecto a ella. Casi sin transición esas fuerzas pasan del rechazo sectario, que en nombre de los principios se ahorra cualquier reflexión práctica, al acomodamiento oportunista que echa por la borda aún el más leve asomo de defensa de los principios revolucionarios.
Es cierto que la caracterización doctrinaria de la socialdemocracia se ve hoy notablemente confundida. Tal como se constituyó en la postguerra, la Internacional Socialista recoge lo esencial de la herencia de la Segunda Internacional, en especial la concepción kautskiana sobre la organización del Estado revolucionario. Pero la negación de la dictadura del proletariado en provecho de la tesis del socialismo democrático ha dejado de ser especialidad suya, desde que fuerzas del propio movimiento comunista, agrupadas en el eurocomunismo, hicieron lo mismo.
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