Con el restablecimiento de la democracia en casi todos los países del cono sur, América Latina se encuentra en uno de sus mejores momentos para intentar una nueva experiencia en materia de integración. Por razones geopolíticas, los gobiernos militares promovieron una desintegración que acentuó los resultados negativos de la ALALC y luego de la ALADI.
Resta saber a qué grado de integración responden los llamados a la unidad del continente formulados por los presidentes y candidatos en las últimas elecciones. Si se trata de reproducir el esquema comercialista y liberal de los actuales modelos, no habremos avanzado nada. A lo sumo se trataría de una intensificación del comercio mutuo estancado desde hace muchos años. Si se espera conseguir elaborar un proyecto de mercado común latinoamericano deberán producirse grandes cambios en las ideologías dominantes hasta este momento. Se choca con diversos obstáculos, como pueden ser la presión de Estados Unidos y el GATT, los acuerdos de renegociación de la deuda a que se arribó con el FMI, el poder creciente de las corporaciones transnacionales y poderosos grupos empresarios nacionales. En cambio, estarían a favor la inmensa mayoría de los partidos populares y progresistas y los sindicatos obreros.
En una programación económica regional, lo más importante es definir el papel que ha cumplido el Estado, sin cuyo aporte no pueden existir políticas superiores de integración.
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