La Cumbre del G-20 del 2 de abril pasado en Londres concluyó en una atmósfera de euforia colectiva. Los jefes de Estado y de Gobierno trasmitieron a la opinión pública mundial el sentimiento de que la crisis se hallaba bajo control y que, gracias a las medidas adoptadas, el final de este periodo sombrío de la economía planetaria ya se vislumbraba. La realidad es muy diferente. La Cumbre ha reafirmado que la gestión neoliberal de la economía es la única vía aceptable, cuando esa gestión irracional es la responsable principal de la crisis. Por eso las muy tímidas decisiones adoptadas no tienen nada de atrevido y constituyen una cosmética para las finanzas mundiales. La crisis sigue y se agrava.
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