A raíz del maremoto ocurrido en Nicaragua hace pocos meses, una gran cantidad de artículos y ensayos de distintos signos políticos coincidieron en señalar el destino trágico de este pobre país. Castigado y/o elegido, como un nuevo pueblo bíblico una moderna polis griega, se procedía en tales trabajos a enumerar los grandes hitos sociales (invasiones, guerras, dictaduras, revoluciones, contrarrevoluciones, elecciones increíbles, democracia) y naturales (terremotos, huracanes, erupciones, diluvios, sequías y maremotos) que ha debido sufrir toda una generación de nicaragüenses. Ya al ciudadano medio de este país, se puede asegurar, no le impresiona nada; se agotó su capacidad de sorpresa. Y aunque todavía no se haya arrancado los ojos, como Edipo, por lo menos ya no tiene cejas con qué demostrar su asombro. Acaso por ello tome hoy como cotidianidad la apasionante lucha política que libran en su nombre quienes aún aseguran representarlo.
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