A lo largo de estos años, el Gobierno ha dado la impresión de que ha atendido antes los intereses de los que han sido sus principales interlocutores -jefes de gobierno, grandes empresarios nacionales y extranjeros, banqueros, expertos financieros, inversores y miembros de instituciones económicas mundiales- que los de sus votantes, a los cuales les ha dejado el papel de escuchar, sin entender, el esotérico discurso económico y pagar las facturas de la recesión. El final era previsible.
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