La ciencia económica ha creado el paradigma del "homo economicus" como hipótesis de comportamiento económico racional. Su aplicación a ámbitos distintos de la economía, como la ciencia política, ha generado a menudo confusión e interpretaciones erróneas. Así. cuando se intenta analizar el comportamiento político desde la racionalidad económica, se llega fácilmente a la conclusión de que la corrupción es sistémica. Una aproximación multidisciplinar a las motivaciones del ser humano permite comprender mejor el papel de las emociones y de los valores éticos (de los "sentimientos morales") en las decisiones de los individuos y constatar la vigencia "real", y no meramente "formal", de los principios morales sobre los que se asientan la democracia y la economía de libre mercado. La corrupción es un mal asociado al "sistema": pero atribuirla a una lógica de funcionamiento del mismo basada en el predominio del "homo economicus" resulta reduccionista y poco riguroso.
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