Los grandes avances logrados en la tecnociencia en el transcurso de las últimas seis décadas han permitido que los trasplantes de órganos se constituyan como alternativas óptimas de tratamiento para un número cada vez mayor de pacientes con insuficiencias orgánicas no reversibles. La posibilidad de ofrecer estos procedimientos a los pacientes ha re-querido actos de gran generosidad y altruismo por parte de los donantes y sus familiares.
Desde los años cincuenta del siglo pasado en que se realizaron los primeros trasplantes en humanos, ha quedado de manifiesto la enorme complejidad de orden bioético que supone la realización de los tras-plantes. Inicialmente, por la necesidad de establecer criterios de muerte y, desde luego, por el hecho de que la práctica de la medicina de trasplante incorporaba una variable inédita y sumamente compleja: El donante de órganos.
Los cuestionamientos de orden bioético relaciona-dos con trasplante de órganos, planteados en la segunda mitad del siglo XX, han sido motivo de intensos debates y han constituido un auténtico de-safío para los ámbitos científico, jurídico, moral y religioso a lo largo de estos años.
Debe reconocerse que el resultado de esos debates ha llevado, en forma paulatina, al ordenamiento internacional para la práctica de los trasplantes. Los criterios de muerte encefálica han sido definidos con claridad y desde hace más de cuatro décadas son aceptados casi universalmente. Asimismo, ha sido posible definir las reglas y condiciones óptimas para la realización de trasplantes.
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