Todo comenzó a finales del siglo XIX con un fragmento de escultura que hoy sabemos que son las piernas de los conocidos atlantes de Tula, Hidalgo. Pero pasó un tiempo y esas piernas sin cuerpo comenzaron un lento proceso de estilización, y todo se transformó en algo que le venía muy bien a la arquitectura de la época, que buscaba ávidamente elementos del pasado para su nuevo estilo neoprehispánico: una manera de ornamentar que tomaba elementos indígenas sin preocuparse mucho por su cronología, origen o función.
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