La relación del ser humano con la experiencia religiosa siempre ha sido un equilibrio inestable, conoce "el temor y el ardor" frente a lo numinoso de Dios, como reconoce San Agustín, y que se convertirá en el tremendum et fascinans en la terminología de Rudolf Otto y en la inquietud de la búsqueda infinita que haita en el corazón humano. El miedo ha sido siempre uno de los aliados más fieles del poder. Sea este político o religioso. Es una emoción que paraliza, que inmoviliza, que resta las energías vitales al ser humano. El pájaro inmovilizado por la mirada seductora de la cobra es un ejemplo común en la filosofía oriental que nos ilustra bien sobre esa verdad esencial que es núcleo del miedo. El pájaro sigue teniendo alas y las podría utilizar para escapar del depredador, pero es precisamente el miedo el que las inutiliza. El mido le hace creer que no puede volar y ello se convierte en su perdición.
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