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Italia, de nuevo, en el centro del mundo

  • Autores: Lucio Caracciolo
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 26, Nº 145, 2012, págs. 54-72
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • La fuerza de Italia está en su debilidad contagiosa. Si Italia falla, el euro fallará también. El mandato alemán no debe ser inexorable. Los italianos, junto con griegos, españoles, irlandeses y portugueses, tienen en su mano el arma que haría reaccionar a la �super-Europa�.

      La crisis del euro marca el papel central de Italia en Europa y en el resto del mundo. Nuestro país no había sido nunca tan poderoso. Ni siquiera en la dorada era imperial, cuando el mundo estaba regido solo por dos polos, el romano y el chino. No es que Mario Monti sea el emperador Augusto, ni que la Italia del sesquicentenario tenga algo del imperium romanae gentis. Nuestra fuerza está en nuestra debilidad contagiosa. Es verdad que somos la tercera economía del Viejo Continente y la octava mundial. Pero Italia está lastrada por la cuarta deuda más alta a escala mundial (después de Estados Unidos, Japón y Alemania), por el hecho de que la economía de los demás países haya crecido más que la italiana en la última década, salvo Haití, y por la crisis de credibilidad política e institucional acumulada a lo largo de los siglos, acelerada en los últimos 20 años y acentuada durante el tragicómico crepúsculo del gobierno de Silvio Berlusconi.

      Pero eso no basta para hacernos el centro de la pandemia europea y occidental que amenaza el planeta. Después de todo, Japón tiene una relación deuda-PIB que dobla casi la nuestra y EE UU no anda demasiado lejos. La diferencia, entre otras, es que los japoneses y los estadounidenses no participan del sistema del euro. Una �comunidad de destino� �como la denominaron los padres de Maastricht, desde Helmut Kohl a François Mitterrand pasando por Giulio Andreotti� en la que todos están vinculados al resto de los socios del �euroclub�. Una sociedad de elegidos que quería ser gobernante del futuro, proyectada hacia el Sol del futuro. No el comunismo, sino la Europa unida. La historia de los europeístas y los comunistas asegura el acercamiento al fin supremo. La variable tiempo no interesa. Sin embargo, el largo viaje que comenzó en Roma en 1957 podría terminar antes de tiempo por nuestra propia culpa, según la interpretación poco amistosa de nuestros socios nórdicos, con Alemania a la cabeza, autoproclamado paradigma de la virtud.


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