"Durante mil años, Jerusalén fue sólo judía; durante alrededor de cuatrocientos fue cristiana, y durante mil trescientos musulmana, pero ni una sóla de las tres religiones logró jamás ganar la ciudad por otro medio que no fuera la espada, el mangonel o la artillería pesada".
Jerusalén es, según este importante historiador británico, una gran contradicción en sí misma: es la ciudad más sagrada y, al mismo tiempo, la menos santa; la más bella y la más fea del mundo; la más poderosa y la más débil. Todo en un mismo lugar, un pequeño rincón del planeta en el que ya se había asentado un núcleo de población hace siete mil años y que ha protagonizado algunos de los episodios más sangrientos de la historia de la humanidad.
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