Los treintañeros españoles crecieron en circunstancias envidiables: democracia, Estado generoso, rampante bienestar material. Sus expectativas sobre su futuro eran desmesuradamente optimistas. La crisis, como cuenta González Férriz, les ha devuelto a una cruda realidad en la que quizá pensaron que no iban a hallarse nunca: la de tener que vivir con menos que sus padres.
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