Este artículo refleja un momento clave de la elaboración simbólica de la ciudad-museo de Évora, en la actualidad Patrimonio de la Humanidad. A partir de la restauración del Templo de Diana en el siglo XIX, los eborenses se apercibieron visual y cognitivamente del origen romano de la ciudad y el monumento, que la corona en su zona más elevada, reestructuró el conjunto de la ciudad y sirvió para reconstruir la imagen posterior. Es una imagen que identificará la ciudad, se convertirá en su exlibris y marcará su historia. Tras un turbulento proceso, los afanes de sus cultos defensores motivaron otras iniciativas posteriores, creando un pionero ambiente de protección y defensa de la ciudad que la caracteriza.
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