La OTAN no se ha adaptado suficientemente al nuevo entorno de seguridad. Una interpretación reduccionista de su identidad como comunidad occidental entra en contradicción con el actual escenario europeo y global, en el que la mayoría de las amenazas son compartidas por miembros y no miembros de la Alianza. El proceso de ampliación ha contribuido a consolidar las fronteras de la OTAN y sus candidatos como línea de exclusión política, deteriorando las relaciones con terceros estados, como Rusia, sin obtener a cambio un aumento sustancial de la seguridad militar. Es necesario reconciliar las distintas identidades de la organización, partiendo del concepto de indivisibilidad de la seguridad surgido al final de la Guerra Fría, y crear estructuras más flexibles, incluyendo a todos los actores europeos que puedan contribuir a la lucha contra las amenazas reales.
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