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Resumen de Solidaridad transatlántica y declive occidental

Charles A. Kupchan

  • Europeos y estadounidenses sienten una decepción recíproca comprensible ante la hasta hoy considerada �alianza más importante�. No obstante, la solidaridad transatlántica será fundamental a medida que Occidente intente adaptar el nuevo orden mundial emergente.

    La elección de Barack Obama como presidente de Estados Unidos dio pie a grandes expectativas a ambos lados del Atlántico sobre el florecimiento de las relaciones entre europeos y estadounidenses. Los europeos acogieron con agrado el estilo y el mensaje de Obama, así como el carácter multilateral que prometía dar a la política exterior estadounidense. Washington agradeció el apoyo que emanaba de Europa y, después del Tratado de Lisboa, esperaba que la Unión Europea fuese un socio sólido en muchos frentes. Hasta cierto punto, las grandes expectativas se han cumplido. A los europeos les gustan el rechazo del unilateralismo por parte de Obama, sus intentos por ampliar el programa de política exterior más allá de la �guerra contra el terrorismo�, su compromiso con el proceso de paz en Oriente Próximo y el hecho de que Washington tienda la mano a sus adversarios. EE UU ha respondido a este entusiasmo y ha acogido con agrado la intensificación de los esfuerzos europeos en Afganistán, la contribución de la UE a la estabilización de la economía mundial y la disposición de los países europeos a recibir a los detenidos de Guantánamo.

    Sin embargo, bajo la superficie de esta mejora de los vínculos transatlánticos se oculta una corriente subterránea de decepción recíproca. Las capitales europeas se quejan de que Washington no les presta la atención que solía; la alianza transatlántica parece haber perdido el lugar predominante que ocupaba en la estrategia a gran escala estadounidense. Los europeos por su parte lamentan que la administración Obama no haya logrado estar a la altura de sus promesas en relación con el cambio climático y otros asuntos. La opinión de Washington es que la UE se está quedando muy corta y no se ha convertido en ese socio más capaz que EE UU quiere y necesita. Los estadounidenses se lamentan de que, a pesar de los cambios institucionales que el Tratado de Lisboa ha impulsado, la UE sigue estando muy lejos de poder diseñar una política exterior y de seguridad más colectiva y eficaz.

    Estas tensiones en las relaciones son en parte estructurales y, por tanto, inevitables; tienen su origen en el final de la guerra fría, las guerras de Irak y Afganistán y el consiguiente cambio del foco estratégico estadounidense, que ha pasado de Europa a Oriente Próximo y Asia. Pero también se deben a acontecimientos políticos ocurridos a ambos lados del Atlántico y que están dificultando la tarea de gobernar. En Europa, la renacionalización de la política está debilitando la UE y haciendo más difícil que se presente como un socio más capaz. En EE UU, la polarización política está atando de manos a Obama y obstaculizando su capacidad de ofrecer un liderazgo progresista, tanto en su país como fuera de él.

    La decepción recíproca es comprensible. Sin embargo, al admitir estos cambios en la solidaridad transatlántica y adaptar sus expectativas de manera acorde, europeos y estadounidenses pueden sacarle el máximo partido a una relación que probablemente siga siendo la asociación más importante del mundo.


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