A partir del contexto histórico post-revolucionario en que se inscribe su producción dramática, Leandro Fernández de Moratín concibe una peculiar mezcla de literatura, escenografía y política al servicio del mantenimiento de un status quo apoyado en la autoridad del monarca ilustrado y de su trasunto en la célula mínima de la familia: el pater familias. Un examen detenido de El sí de las niñas evidencia la necesidad de replantear la lectura habitual de esta obra como modelo de pensamiento progresista -y aun feminista-. Si algo hay de "moderno" en Moratín es una concepción flexible y económica del poder -una concepción "ilustrada"- que tiende a invisibilizarlo, a disminuir su intensidad, a fin de multiplicar su extensión y eficacia. Por lo demás, no duda en recurrir a una larga tradición de humor misógino a fin de desacreditar una concepción desfasada de la autoridad, representada en la obra por una mujer - y, en general, por todo un entorno "femenino", signado negativamente y objeto de escarnio sistemático.
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