De un congreso que, con el título de Escuela Rural en Aragón, se celebró en Alcorisa (Teruel), recién estrenado nuestro siglo, en abril del año 2000, querría citar alguna de las conclusiones extraídas como punto de partida para este trabajo que hago con el título impreciso y vago ahora de La Escuela Rural y, en cambio, con lo claro de la afirmación de La huella que se borra.
Recojo solamente lo que me parece más significativo y que después de leer este trabajo espero sitúe mejor en la realidad y en el salto cualitativo experimentado.
Las conclusiones van a dejar entrever cómo algunas dificultades, carencias y especificidades, más o menos claras y explicitadas, siguen latiendo por trascender y perpetuarse a lo largo del tiempo.
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