Llega vestido con su característico, y sureño, traje blanco. Con su enorme puro y, al viento, su canosa cabellera, que hubiera hecho las delicias de Sitting Bull, digna ella de un violinista premahleriano e incluso de la española duquesa de Alba. Nos subimos a una barca en el madrileño estanque del Retiro.
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