Más liviano en su edición anterior, el Festival de Sitges volvió este año a mutar en aquel tsunami que, mediada la década, nos arrastró con su avalancha de títulos importantes o, cuanto menos, curiosos. Un banquete de cine al que ni el aficionado voraz ni el informador curioso deberían poner la menor pega. En un año especialmente 'español', el cine islandés resultó ganador.
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