Durante siglos el oro no había sido considerado una inversión por prácticamente ningún agente económico.
El metal amarillo era observado más bien como un depósito o reserva de valor, la forma más apta para conservar el patrimonio de manera líquida pero sin buscar incrementarlo. De hecho, tal llegó a ser el prestigio y el uso espontáneo del oro como mecanismo para atesorar valor, que poco a poco los gobiernos fueron adoptándolo como dinero de curso legal, comenzando por la monarquía inglesa de la mano de Sir Isaac Newton en 1717.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados