A la muerte de Gil J. Wolman, en 1995, los obituarios periodísticos que daban cuenta de su vida insistían en su existencia en la oscuridad, en su condición de artista clandestino, casi secreto, habitante subterráneo de los compartimentos oscuros del arte contemporáneo. Han transcurrido quince años desde su muerte, y sigue siendo un artista casi desconocido.
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