Los montes que circundan Santiago nos enseñan que sus formas, leves y romas, se encuentran mal ocultas bajo las piedras de la vieja ciudad. Si entramos por Xoan XXIII las vemos asomar, no sin esfuerzo, entre las rúas Nova y Vella, y bajar, con más de un tropiezo, hasta el río del fondo.
El proyecto se ha limitado a recuperar las naturales formas de siempre. En el mismo borde del histórico perímetro se ha rehecho un espacio anterior, ahora de piedra, para convertirlo en lugar de acogida y entrada.
Sirve, por añadidura, de paso y deparada de vehículos; pero lo esencial ya no es esto. Quizás se trata, sin más, de un espacio abstracto, quieto, previo a las promesas que ofrecen las inquietas torres del fondo.
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