Las formas de vida son tan valiosas y preciosas en sí mismas que su valor es incalculable. Sin embargo urge otorgarles un precio monetario con el fin de que el capital natural sea computado en los mercados y considerado en las políticas. Los cálculos realizados ya demuestran que conservar la biodiversidad no sólo proporciona una mejor calidad de vida sino que genera beneficios económicos mucho mayores que los derivados de la pura explotación mercantilista de los ecosistemas.
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