Los lenguajes del amor han experimentado en los últimos cincuenta años cambios enormes y todavía difíciles de describir: se ha ido llegando paulatinamente a la conclusión de que no existe un código para decir el amor en la modernidad. Nuestra sociedad ya no tiene un código amoroso. En cada historia privada, íntima, cotidiana, buscamos descifrar unos rasgos sueltos, elementos de una civilización perdida irremediablemente. El amor es ahora un laboratorio de múltiples experimentos, una figura de la difracción del discurso, un vuelo de metáforas, quizá solamente una literatura.
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