Me he preguntado a menudo cómo un chico de una familia de clase trabajadora, como yo, llegó a desempeñarse junto con tantas personas tan capaces en lugares tan intelectualmente estimulantes. Mirando hacia atrás, me he dado cuenta de que fueron factores poco honrosos los que impulsaron mi carrera: un deseo ardiente de llegar a ser alguien; la peculiar bendición de tender a dudar de mi valía; el mero trabajo duro; las proverbiales 10.000 horas de práctica; y mi buena fortuna, a la que no dejé actuar por sí sola.
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