El reconocimiento de la pintura como arte liberal no fue el resultado de una sola batalla, sino el final de un largo camino de lucha recorrido por los pintores en defensa de la dignidad de su arte, que tuvo su punto álgido en los diversos litigios que tuvieron que mantener frente a la Hacienda del Reino, cuando pretendió exigirles el pago de los mismos impuestos que a los demás artesanos y comerciantes. Los pintores se rebelaron y decidieron defenderse frente a lo que estimaron un agravio a la nobleza de la pintura y a su identidad como artistas. En esta lucha estuvieron apoyados por los intelectuales de la época y sobre todo por un Rey, reconocido mecenas y amante y practicante de la pintura.
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