Tras sacar adelante la más importante de sus promesas electorales, el seguro médico nacional, Obama se vuelca en su mayor compromiso internacional: la no proliferación nuclear.
Por fin comienza a cobrar cuerpo la presidencia de Barack Obama! Tras un año de amargo debate, ha conseguido que el Congreso apruebe la ley del seguro médico, con el impresionante título de �Ley de Protección del Paciente y de Tratamiento Asequible�. Es el último capítulo de la revolución social que inició Franklin Roosevelt con el New Deal en 1935, seguido de la legislación de derechos civiles y del seguro médico para los pobres del presidente Johnson en 1965.
Para superar la tremenda oposición que suscitaron los republicanos, Obama ha hecho lo que debió hacer desde el principio: ejercer la fuerza de la presidencia y pasearse por todo el país pronunciando acaloradas arengas y, abandonando sus ilusiones de bipartidismo, denunciar las patrañas de sus adversarios.
Mientras tanto, en el exterior todo parece estar en un compás de espera. En Irak procuran que la democracia se consolide sea por un turno electoral de los partidos sea por un gobierno de coalición: una solución iraquí que conduzca a la contención de la influencia iraní. En Afganistán han sorprendido las arengas y actitudes antiamericanas del presidente, Hamid Karzai: ha querido demostrar a amigos y enemigos que no es un títere; en el contexto de la política ya iniciada de fortalecer directamente a diversos poderes locales contrarios a los talibanes, ha sido su manera de probar que no se puede prescindir ni de él ni de una autoridad central. Por otro lado, los amagos de independencia del presidente afgano no vienen nada mal para la credibilidad del esfuerzo aliado.
Más grave es el contencioso con Israel y el impasse en todo Oriente Próximo. El tiempo no juega a favor del proceso de paz. Obama ha procurado encontrar en la Cumbre de Seguridad Nuclear el apoyo necesario para la instauración de nuevas y más efectivas sanciones contra Irán. Esto le permitiría enfrentarse con la reacia obstinación de Israel tanto respecto a su expansión colonial en Jerusalén y Cisjordania, como respecto al proceso de paz en general. La casi total dependencia de Israel respecto a EE UU juega en favor de éstos y si, por un lado, no tiene más remedio que tratar con el actual gobierno israelí, por otro, los israelíes tienen que darse cuenta de que la opinión nacional en EE UU, incluso la de los judíos americanos, está cambiando de una manera muy contraria a la influencia determinante de la minoría ultraortodoxa en el gobierno hebreo.
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