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Una Europa post-americana

  • Autores: Jeremy Shapiro, Nick Witney
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 24, Nº 133, 2010, págs. 77-92
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • Los europeos siguen considerando la relación con EE UU como algo extremadamente importante. Este fetichismo transatlántico está dilapidando los intereses verdaderos de la UE y no ofrece a Obama el tipo de socio que busca en el nuevo mundo post-americano.

      Con la guerra fría difuminándose en la historia y la globalización redistribuyendo el poder hacia el Sur y el Este, nos adentramos en un mundo post-americano. Europa y Estados Unidos están respondiendo a este cambio histórico de forma muy distinta. EE UU se esfuerza en sustituir su dominio global por una red de alianzas que le garantice seguir siendo un �país indispensable�. La respuesta europea ha consistido en gran medida en poner todas sus esperanzas en la desaparición de George W. Bush. Pero, un año después de la elección de Barack Obama, está claro que el problema va más allá del líder. Lo cierto es que Europa y EE UU tienen expectativas diferentes sobre la relación transatlántica y percepciones divergentes respecto a cuánto esfuerzo vale la pena invertir en ella.

      La administración Obama muestra una y otra vez su pragmatismo. En otras palabras, está dispuesta a trabajar con todo aquel que le ayude a hacer las cosas que quiere hacer. Este planteamiento tan poco sentimental tiene unas implicaciones trascendentales para Europa. En un mundo post-americano, lo que EE UU quiere es una Europa post-americana.

      Si los europeos no responden al reto de Obama, podrían acabar cayendo en esa �irrelevancia� que tanto temen. Entre los 27 miembros de la UE no hay un verdadero consenso respecto a la clase de papel que quieren desempeñar en el mundo (ni hasta qué punto será un papel colectivo). Estas vacilaciones han frustrado los intentos europeos de relacionarse eficazmente con otras potencias como Rusia y China. Lo mismo puede decirse de su trato con EE UU. De hecho, los europeos se aferran a una serie de ilusiones que atañen específicamente a EE UU y que distorsionan y confunden su modo de ver la relación transatlántica. Ellos creen que:

      �La seguridad europea sigue dependiendo de Washington.

      �Europa y EE UU tienen los mismos intereses fundamentales. Por eso, si los estadounidenses se comportan de un modo que no gusta a los europeos, está claro que han cometido un error de cálculo y necesitan que los europeos les expliquen las cosas como es debido.

      �La preservación de la armonía transatlántica es, por consiguiente, más importante que proteger los objetivos europeos en un asunto determinado.

      A estas tres ilusiones la mayoría de los Estados europeos añade una cuarta: creer que gozan de una �relación especial� con Washington que les proporciona mayores dividendos que los planteamientos coletivos.

      Adoptar una estrategia post-americana en las relaciones transatlánticas requerirá voluntad y acción política. Los europeos creen que la innovación institucional debe ser la respuesta. Pero aunque el marco institucional de la relación puede suponer un obstáculo para la misma, cambiar las instituciones de la relación transatlántica no arreglará por sí solo la política.

      Lo que se necesita es un debate verdadero dentro de la UE sobre cuáles son los asuntos importantes para la relación transatlántica y en cuáles pueden los europeos presentar una postura unida.

      En el desordenado mundo que se avecina, será más necesaria que nunca una alianza transatlántica expresada no sólo a través de la OTAN y bilateralmente, sino también mediante una relación más fuerte y eficaz entre EE UU y la UE. Mantener ese tipo de alianza exigirá que los europeos acepten la incomodidad y, paradójicamente, una relación más polémica con los estadounidenses.


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