Coincidiendo con el cambio de siglo, en todo el mundo se alzaron voces que llamaban la atención sobre el enorme potencial de conflicto de un supuesto Choque de Ci vi li za - cio nes, que de ma nera inevitable, marcaría el futuro de las relaciones entre Oriente y Occidente. Como respuesta a es - tas afirmaciones catastrofistas, y con el objetivo de cambiar la deriva de la pronosticada colisión de los �gran des contextos civilizacionales�, hace ahora cuatro años, el presidente del gobierno español, José Luis Ro dríguez Za patero, presentó en el marco de la 59ª Asamblea General de Naciones Uni - das una propuesta para crear una Alianza de Civili za ciones (AdC). Ante la evidencia de la situación internacional por la que atraviesa el mundo, cargada de conflictos e incertidumbres que le jos de estar resueltos parecen agravarse y extenderse, la propuesta española constituyó una respuesta diferente, atractiva y de cidida por parte del gobierno español, que centraba su atención y energías en la formación de una coalición entre Occidente y el mundo árabe y musulmán, con el propósito de atajar de raíz los conflictos manifiestos o aún latentes, mediante el diálogo y la puesta en común de las ideas y los valores compartidos. En un mundo que está cada vez más interconectado, arrojado a un proceso de mundialización acelerado. Es por ello que la Alianza pretende su mar el máximo de socios al diálogo; un diálogo que no es ya Norte-Sur, ni co mu nismo-capitalismo; se trata de un diálogo integral, que se de sarrolla a través de múltiples actores y canales y aborda una pluralidad de temas.
Dado su papel cada vez más im portante dentro de las dinámicas globales como uno de los principales protagonistas de la mundialización, la región de Asia-Pacífico debe convertirse en un aliado importante en el seno de esta Alianza de Civili za cio nes. Su aportación puede ser especialmente valiosa para la defensa de los intereses de los fieles musulmanes en el mun do. Si bien es cierto que existe una habitual y no siempre acertada identificación entre islam y mundo árabe, Asia puede y debe decir mucho en representación de esta comunidad religiosa, ya que acoge a más de 60% de los musulmanes del mundo. Con la participación de Asia, será posible enriquecer al máximo los argumentos del debate, y reforzar, de manera determinante, los vínculos con la Alian za, unos vínculos que deben eliminar prejuicios y generar suficiente confianza como para disipar el fantasma del choque de civilizaciones.
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