Desde la entrada en vigor de la prohibición de utilizar proteínas animales elaboradas en la alimentación animal, muchas y variadas han sido las consecuencias sobre las distintas etapas de la elaboración de piensos y la producción ganadera en general y del pollo de carne en particular. Aunque dicha prohibición contaba con algunas excepciones como las harinas de pescado en la alimentación de los no rumiantes, el fosfato dicálcico o las proteínas hidrolizadas, estas alternativas no han supuesto una respuesta acorde con las limitaciones que se impusieron
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