Este artículo analiza la manera como la OTAN pasó de resistirse a la implicación en operaciones más allá de Europa a verse envuelta en circunstancias tales que podrían considerarse como pruebas de fuego para determinar la utilidad de la organización en el futuro. Se sostiene que el resultado de la intervención en Afganistán afectará inevitablemente la manera como la OTAN es utilizada por sus aliados en el futuro así como el desafío que se presenta en las relaciones entre ellos por el reparto de cargas y la división inducida por las bajas en combate. A pesar del carácter transnacional del compromiso asumido por la OTAN en Afganistán, la conclusión del artículo es que los EEUU, Canadá y los aliados europeos seguirán viendo la relación transatlántica como un elemento de importancia crítica para sus futuras estrategias de seguridad, y compartirán tanto los costes de lograr un resultado satisfactorio como las culpas por un hipotético fracaso.
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