La insurgencia, protagonista de la mayor parte de los conflictos de la última década, se enfrenta a ejércitos convencionales con procedimientos asimétricos que acaban por provocar el rechazo de la población. La insurgencia evoluciona hacia un modelo «híbrido», combinando procedimientos de guerra irregular y asimétrica con otros convencionales, como el conflicto entre Israel y la Hezbollah en 2006.
Los ejércitos deben concentrarse en la lucha por ganarse el apoyo de la población. Y deben además superar el tradicional dilema concentración-dispersión, organizando unidades con suficiente autonomía y flexibilidad.
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