En las últimas semanas se ha puesto de manifiesto, con toda crudeza, cómo se han construido en España estructuras para el acaparamiento de recursos públicos con fines ilícitos. Cabe preguntarse si la corrupción no constituye ya el pilar de un sistema de consecuencias indeseables para la textura moral de nuestras sociedades y para la cultura democrática, haciendo poco creíbles nuestros sistemas representativos.
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