Contemporáneo de la epopeya napoleónica y del estrépito de armas que la acompaña, Joseph de Maistre, observador puntilloso de los acontecimientos del mundo terrestre e intérprete inspirado del mundo celeste, ofrece una visión radicalmente distinta de la historia de los hombres a partir de su consideración del origen divino del hombre.
Habiendo puesto fi n la Revolución Francesa a un mundo estable de derecho divino, podemos imaginar, siguiendo a Maistre que desde entonces se sucederán una infinidad de constituciones redactadas en una lengua necesariamente insufi ciente. El hombre, en lugar de servir a Dios, defenderá leyes inicuas, puesto que éstas nos separarán de Dios y de su enseñanza oral. Su �Ensayo sobre el principio generador de las constituciones políticas� intenta, pues, oponerse a la degeneración provocada por una obsesión por lo escrito entre los contemporáneos de Maestre. Obsesión que reenvía a un mundo encerrado en sí mismo, sordo a lo divino, condenado a lo efímero, como sordo es el mismo Maestre al sentido del acontecimiento. Así Maistre opone la locura de los hombres, que se manifiesta, por un orgullo sin límites, a un mundo donde todo se sostiene mutuamente y todo reenvía a tras-mundos metafísicos. Desconocer las leyes divinas es condenarse al fracaso y al castigo más severo: la muerte. Para no caer en la trampa de la historia escrita, Maistre escribe, irónicamente, su ensayo bajo la forma de un catálogo de propuestas y recuerda las reglas vitales a su lector.
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