Se analizan y se comparan dos caras del liberalismo, pero no desde la perspectiva de la tolerancia (J. Gray), sino desde la iguldad. Si la tradición liberal conservadora (de Smith a Hayek y Nozick) pone énfasis en el libre mercado y en el Estado mínimo, olvidando con frecuencia el problema de la justicia social, el liberalismo progresista (de Kant a Rawls y Dworkin), sensible a este problema, hace de los derechos humanos la base teórica tanto de la crítica de los abusos de poder, político y económico, y de la la crítica de las desigualdades y privilegios, como de la construcción de una sociedad más justa, más igual. El fenómeno de la globalización constituye un nuevo campo de confrontación de ambas tradiciones.
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